Era admirado por su belleza y temido por sus cualidades “mágicas” que no
eran otra cosa que la capacidad de sus pupilas para contraerse a la luz de
la Luna y el Sol. Bastet, diosa de la fecundidad, era representada por una
gata. Este animal era objeto de tal veneración que, cuando moría, toda la
familia se afeitaba las cejas en señal de duelo; en caso de incendio, se
salvaba primero al
gato tutelar y, si moría entre las llamas, la familia superviviente se
cubría de hollín y recorría las calles pregonando su culpabilidad. Matar un
gato, incluso involuntariamente, era un delito castigado a menudo con la
pena de muerte: el culpable era lapidado por el pueblo.
UN SEMIDIOS DESACRALIZADO EN EL MUNDO GRECORROMANO
Los
gatos domésticos fueron exportados de manera fraudulenta desde Egipto
por los mercaderes fenicios y se extendieron paulatinamente por todos los
países mediterráneos. En Grecia, el recibimiento fue moderado porque la
garduña ya ocupaba el puesto del gato y protegía las cosechas de los
roedores: “¡Os lamentáis por un gato enfermo – dice el poeta griego
Anezandrid a un egipcio – acabaría con él para quitarle el pellejo!”. El
zócalo de una estatua, fechada en el año 80 a. C., muestra a unos jóvenes
griegos azuzando a un perro contra un gato. La población helénica no lo
adoró y se limitó a adoptarlo sin reconocer su talento depredador. Roma, en
cambio, le otorgó el papel de compañero, cazador de ratas y encarnación de
Bastet, la diosa. En el año 392, cuando el culto romano ya había fusionado
la adoración a Bastet y a Diana, la prohibición de los ritos paganos
decretada por el emperador cristiano Teodosio fue el punto de partida de una
desconfianza súbita ante el gato que se mantendría durante siglos.
EL GATO EN ASIA
En China, el
gato fue conocido a partir de la época de la dinastía Han, hace unos
3000 años, es decir, poco después de Egipto. Era un animal de compañía que
solía reservarse a las mujeres, y a veces se le atribuyó el poder de atraer
la mala suerte. Paradójicamente, también se le suponía la cualidad de alejar
a los demonios gracias a sus ojos, que brillan en la noche. Según decían, Li
– Show, divinidad silvestre, tenía incluso el aspecto de este felino. En el
siglo VI d. C., el gato llegó a Japón, pero no se introdujo realmente en ese
país hasta el año 999, a raíz del decimotercer aniversario del emperador
Ichijo. A veces benéfico y cómplice, con su pelaje de concha de tortuga, a
veces maléfico, con su cola bifurcada, el gato tuvo tanto éxito en Japón que
una ley del siglo XVIII prohibió encerrar los ejemplares adultos y comerciar
con ellos. Al igual que en Egipto, también fue venerado en la India, donde
Sasti, diosa de la fecundidad, tomó apariencia de una gata. Quizá se trataba
de la versión hindú de la egipcia Bastet.
LA EUROPA MEDIEVAL “DEMONIZA” AL GATO
La Europa de la Baja Edad Media no fue hostil hacia el gato, que, por sus
dotes de cazador, se ganaba la simpatía de los campesinos. Se servían de él
para combatir roedores de todo tipo, desafiando el juicio de la iglesia, que
consideraba al animal como un ser demoníaco, en conventos y monasterios;
incluso más de un santo medieval apreciaba su amistad. Por desgracia, el
rebrote de los cultos paganos tras la peste negra y sus estragos (25
millones de muertos en 20 años), hacia mediados del siglo XIV, firmó la
sentencia del pequeño felino, asociado a partir de entonces con los ritos
“infernales”. La Inquisición, con el Papa Inocencio VIII y su edicto del año
1484, toleró el sacrificio de los gatos con ocasión de las fiestas
populares. Ése fue el principio de un largo período de persecución.
QUEMADO CON LAS BRUJAS
A diferencia de perros, vacas, cerdos, etc., que eran juzgados por el
tribunal, los gatos eran condenados a la vez que su dueño, brujo o bruja, y
quemados vivos en la plaza pública, para gran regocijo de los mirones. Hubo
que esperar al siglo XVII para que se terminasen esos malos tratos.
REHABILITACIÓN TARDÍA
A pesar de todo, numerosos hogares acogieron al
gato durante este sombrío período, pero no se mencionó como animal
hogareño en distintos textos hasta el siglo XVII. Escritores como Francisco
de Quevedo o fabulistas como Félix María de Samaniego, y pintores de la
talla de Velásquez o Murillo, describen un animal elegante y singular, cuya
astucia, falsa modestia y eficacia de cazador lo convierten en un animal tan
temible como su primo el zorro.
DEL SIGLO XVIII A LA ACTUALIDAD
Cuando por fin cambiaron las cosas, las persecuciones estuvieron muy cerca
de diezmar la especie. Luego, la rata parda, recién llegada de Europa, trajo
con ella la peste. Y en consecuencia, llegó también la rehabilitación del
gato, hasta tal punto que el primero vendido al Paraguay, en 1750, fue
canjeado por un lingote de oro. Estos pequeños cazadores empezaron entonces
a prestar sus servicios en almacenes, oficinas, granjas y barcos. Algunas
compañías de seguros exigían que los cargamentos estuvieran debidamente
vigilados por todo un contingente felino en cada viaje. A mediados del siglo
XIX, el gato se estableció definitivamente en los hogares, y no así el
perro, que se vio relegado a la perrera. Fuente
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